La utópica paz que colombia cree real

8400649735_963c5bfa12El conflicto en Colombia es una analogía de su mismo territorio. Lleno de abruptos físicos y geográficos, que ponen en la misma mesa grandes llanos y planicies con una cordillera de los andes trifurcada en la cual se acomodan todos los pisos térmicos, que, van desde la playa que se arraiga al mar, hasta las nieves perpetuas que con los dedos intentan tocar el cielo. Un orden de contrastes que son tan movibles y variados como los caminos que se labran en un país que se cimenta en bases inestables y con abismos a lado y lado. Un barranco de sueños, saqueos, avaricia e inocente esperanza.

Por Catalina Solano Uribe

Un conflicto desencadenado a sangre fría y latente desde la época de los sesentas, por guerrillas campesinas acunadas y fundamentadas ideológicamente, por la extrema izquierda y grupos paramilitares, ideados por la extrema derecha y la oligarquía siempre imperante de parte del Estado. Un conflicto que estalló en la época de la violencia partidista, lastre de aquella pugna que se vivió en el país en “La nueva granada” donde después del régimen monárquico español, el conflicto de intereses y el “cómo” dirigir un país de desarraigados y campesinos, sustentó la idea de cortar la cabeza de muchos.

Este mismo conflicto se empeoraría con el tiempo y con la llegada del demonio del narcotráfico que cambio ideales por ingresos descomunales producto de la comercialización de la droga hacia los gigantescos mercados de drogadictos gringos, que con sed incontrolable pedían a gritos ese polvo blanco que en los setentas y ochentas segregaba la violencia, la falta de oportunidad y esa mal llamada “malicia indígena”, que no mide medios para llegar a cualquier fin. Una raíz maligna de lo que sería el exterminio de la Unión Patriótica, el auge de Pablo Escobar, la expansión de las narco-guerrillas y el conflicto armado, la narco- política del gobierno de Ernesto Samper, el secuestro como sustento presupuestal de los agentes armados, los diálogos infructuosos del Caguan en el gobierno de Andrés Pastrana y la nefasta conclusión, como lo fue el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y su vestigio de corrupción, tráfico de influencias, prevaricatos, dominio y preponderancia lacerante y excluyente de sus dos periodos presidenciales.

Una antesala que es el vasto escenario de la política colombiana. Una política cada vez más indulgente con los grandes asesinos de su historia  desde Jorge 40, hasta el ex presidente y demás. Un país al cual sus ciudadanos no le creen. Un país por el cual solo las multinacionales con sus nefastos intereses dan tres pesos. Un país que como diría el inmolado Jaime Garzón,-  pacifista colombiano. A su trabajo en televisión y radio se sumó su papel como negociador de paz-  carece de una memoria colectiva que le permita hacerse valer como esa sociedad civil que tanto se nombra, pero que poco se hace valer. Que vota por un tamal, un mercado, un billete por esos mismos que más tarde los exprimen. Que solo sirve para salir a manifestarse después de una bomba.

Por ello en Colombia el proceso de paz en sí solo se ve como una formalidad mediática que se le presenta a los ciudadanos, para que, como una cortina de humo, se olvide de cosas más relevantes que el acuerdo entre los vándalos e idealistas .

Porque un proceso de paz en Colombia no es una conversación tipo película. No. Es un dialogo entre guerrilleros, políticos, lagartos, criminales de cuello blanco y paramilitares que han despojado, desplazado, asesinado, desfalcado, secuestrado y desangrado al pueblo de Colombia. Un aquelarre de brujas, del cual esperamos que se pueda parir la paz. Porque eso que nuestros padres cobijaron con tanto esmero, “la esperanza”, ya se perdió. No por un negativismo infundado, sino como dijo Iván Márquez,- representante de las Farc, en negociaciones de paz Noruega-  el 50% de la población económicamente activa agoniza entre el desempleo y subempleo , mas de 30 millones viene en pobreza, doce millones en la miseria , casi 6 millones de campesinos deambulan en las calle victimas de desplazamiento forzoso.

Es lógico que las negociaciones solo avancen en pro del poder y en beneficio de  pocos, no se espera una paz exprés como la desea el actual presidente de Colombia Juan Manuel Santos; con el fin de lograr todos los beneficios económicos, de los cuales ingresan  a  las arcas de los colombianos ni un10%, ya que el protagonismo de los pobres se reduce a un trabajo de obreros y ganar sueldos miserables.

Es imposible pensar para perder, la Farc debe tener participación política activa, ser la conciencia de la derecha Colombiana  pero sin balas, minas quiebra patas y desplazados. La paz no puede ser solo viajes a Noruega y Cuba. La paz se lucha porque, los del sur tienen voz y no solo para recibir las bases del  norte.

Un Estado que como bandera constitucional tiene al “estado social de derecho”, le apuesta más a la guerra que a la formación de conciencias criticas, que no se inflen porque gano la selección Colombia, sino por el cambio estatutario, positivo y productivo de sus instituciones.

Este país, jamás tendrá la paz, si la brecha social no se acaba, o por lo menos se detiene; la idea de libertad y de ciudadanía tampoco se tendrá en un país que manipula los medios de comunicación y se adueñan a pasos agigantados de las empresas nacionales para venderlas a las trasnacionales.

La idea de paz en Colombia, solo servirá para que nuestros dirigentes y demás delincuentes se vayan a un tour por el mundo, a costa de  los impuestos,  haciendo la pantomima del dialogo disimulando que le  creen a Iván Márquez, no es jugar a creer en las negociaciones, es aceptar que lo que Márquez dice está pasando en este país del café, los parques bonitos. Pero que JAMÁS aceptara que ha vivido por 50 años en un estado de beligerancia.

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